COVID-19: ZEN RAZONES PARA NO TENER MIEDO A LO INVISIBLE
Homenaje a Encarni (enfermera de 52 años) la primera sanitaria fallecida por COVID-19 en España. Hospital de Basurto (20/03/2020) |
ZEN RAZONES PARA NO TENER MIEDO A LO INVISIBLE
EL COVID-19
(La guerra mundial contra el enemigo invisible)
Lunes 30 de Marzo de 2020:
(decimoséptimo día de confinamiento en España -14 de Marzo al 21 de Junio-)
Hasta hace muy
poco pasábamos el luto por el fallecimiento de algún ser querido en compañía de
la familia, los amigos o de los más allegados. Estos días muchos se han ido
solos y el luto se hace a través de un teléfono móvil o de un ordenador. Nunca
ha sido fácil hablar de la muerte. Tal vez por eso en Occidente no se habla mucho
de ella dejando el pesimismo existencial para las sombrías épocas de la Primera
(Unamuno, Hermann Hesse, Ortega…) o la Segunda (Heidegger, Sartre, Camus…) Guerra
Mundial.
Pero ahora el enemigo es otro.
Aunque a vista de microscopio o con los kits de diagnóstico el coronavirus sea
visible, el COVID-19 es invisible. Estamos en guerra contra el enemigo
invisible. Estamos en estado de alarma (se ha desatado el miedo
colectivo) y la fragilidad humana se hace más palpable que nunca.
PASCAL, un sabio del siglo XVII, explicó de esta manera la
vulnerabilidad humana:
"El hombre es una caña, la
más débil de la naturaleza; pero es una caña pensante. No hace falta que el
universo se arme para aplastarla: un vapor, una gota de agua basta para
matarla. Pero aunque el universo lo aplaste el hombre sería todavía más noble
que lo que lo mata, puesto que sabe que muere y el poder que el universo tiene
sobre él; el universo, en cambio, no lo sabe.
Toda nuestra dignidad consiste,
por tanto, en el pensamiento. Es eso lo que nos debe importar, y no en el
espacio o el tiempo, que nunca podremos llenar. Afanémonos, por tanto, en
pensar bien: éste es el principio de la moral”.
Pascal confiaba en la razón:
¡Cómo no! Desde que el mito griego dejara dos monedas al barquero que
transportaba las almas de los muertos a través del río estigio que separaba el
mundo de los vivos del Hades, hasta el advenimiento de la razón, tuvo que pasar
algún tiempo pero, aún a día de hoy, el ser humano no ha dejado de ser frágil.
Para ARISTÓTELES (Siglo IV a.C.) el mundo sensible era el mundo de la
potencia. El ser en potencia del mundo físico se convertía en acto (por medio
de la razón). De este modo el mundo sensible o material (lo que en la filosofía
segunda o la Física de Aristóteles se llamaba Mundo Sublunar) estaba sometido a
la generación y a la corrupción: al devenir. En cambio, en el Mundo Celeste,
gracias a un quinto elemento (distinto a la tierra, el agua, el aire y el fuego)
que Aristóteles llamó éter o quinta esencia el Ser no estaba sometido
al cambio (ni al movimiento) permitiendo la supervivencia del ser de
Parménides. El ser era inmóvil: un acto puro. Y el Motor inmóvil era Dios. En
la actualidad nos parecerá algo increíble pero el éter (algo totalmente invisible) era comunmente aceptado e
incuestionable entre los eruditos hasta el nuevo paradigma científico de
Copérnico y Galileo en pleno Siglo XVI.
En la historia de la filosofía (muy
posteriormente a Aristóteles) y, siguiendo los pasos dados por Kant, Arturo SCHOPENHAUER (Siglo XIX) estableció un
principio de razón suficiente en su libro Sobre la cuádruple raíz del principio
de razón suficiente. Siempre hay “algo inexplicable” respecto a la causalidad:
no existen hechos ni al principio ni al final de una cadena de acontecimientos.
Si los hubieran, serían invisibles.
Un poema oriental dice:
EL CAMINO HUMANO
Venimos con las manos vacías, nos
iremos con las manos vacías,
esto es humano.
Al nacer, ¿DE DÓNDE VIENES?
Al morir, ¿A DÓNDE VAS?
La vida es como una nube flotante
que aparece.
La muerte es como una nube
flotante que desaparece.
La propia nube originalmente no
existe.
Vida y muerte, ir y venir,
también son así.
Pero hay una cosa que siempre
permanecerá clara.
Es pura y clara y no depende de
la vida y de la muerte.
Entonces, ¿cuál es esta cosa pura y clara?”
Edmund HUSSERL (filósofo del Siglo XX) propuso un curioso método para
acceder al ser: la epojé. Consistía en hacer una reducción fenomenológica del
ser, como un adelgazamiento o una puesta entre paréntesis de la realidad (que
no una negación de la realidad) donde el juicio racional quedaba en suspenso.
Pero: ¿cómo acceder a la realidad suspendiendo el juicio de la razón? El mero
hecho de querer acceder a la realidad usando este método ya debe presuponer un
fundamento invisible, al menos, para el sesudo ingenio de otros filósofos.
La vida humana es como una línea
contínua. Una línea que empieza en un sitio y que, pasado algún tiempo termina
en otro. Esta línea transcurre siempre hacia delante. Empieza al nacer y acaba
al morir. Groso modo, la mayoría de nosotros pensamos así: venimos al mundo,
hacemos cosas en él y luego nos vamos o desaparecemos. Mientras, nos regimos
por medio de reglas, creencias, verdades, ciencia, tecnología… sobre las cuales
establecemos esquemas de valores sólidos que nos confieran estabilidad, continuidad, certeza. Pero la vida es frágil
también pese a las certezas. Hemos vivido tiempos de luz y tiempos de
oscuridad, de decadencia y de esplendor, de guerra y de paz.
La línea continua de la vida está
hilvanada en su principio y en su final por un hilo discontinuo muy fino, casi
imperceptible, invisible, que hace tambalear, a quienes no lo ven, el suelo falsamente
seguro por el que transitan. Es, en realidad, ese hilo invisible (que no ideal)
el que soporta y sostiene la línea de la vida, aunque sea en ésta donde se
manifiesta: ¿Quién soy? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar?...
La respuesta a estos
interrogantes es: “No sé”. Una docta ignorancia en consonancia con distintas
tradiciones filosóficas y religiosas (como el cinismo, el escepticismo, el
estoicismo, el misticismo, el zen...) pero que no se deja atrapar por ningún “ismo”.
La acción zen reconcilia el acto
aristotélico a la potencia del mundo. En el acto zen el movimiento circular del
éter (como si del eterno retorno de Nietzsche se tratara) dobla la cadena de acontecimientos
de Schopenhauer sobre sí misma juntando la causa primera con el fin último: son
lo mismo. Tiempo y espacio infinitos. Pero cien razones no igualarían
un acto zen por maravillosas que estas explicaciones sean. Queremos tener
razones -buenas razones-, certezas, conocimiento… De acuerdo ten razones (zen razones) pero que sean zen:
¿cómo puedo ayudar en esta situación concreta?. Los médicos en las UCIs, enfermeros
y sanitarios concentrados en su trabajo, la UME creando un hospital de campaña en
Ifema (o en el Palacio de Hielo) en Madrid, los cuerpos y fuerzas de seguridad
del estado, los empleados de los supermercados, los cuidadores, los
transportistas…y, por supuesto, todos nuestros mayores, se enfrentan a situaciones
concretas a cada momento. ¿Cómo hacen? Hay que tener la mente clara. No hay
tiempo para la duda ¡booom! ¡Lo hacen! Son los Grandes Maestros Zen de España.
Derrama vino en honor de los
muertos que ya no desean nada: están más vivos que tú. Y cuando no sepas quién
eres, qué hacer o por qué hacerlo suspende el juicio (como la fenomenología de Husserl),
practica meditación y ten la mente clara. Tal vez buscas a Dios en todo esto... ¿Acaso es algo distinto a todos los seres?
Tuyo en el Dharma
Sergio
Zen Granada
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